“Tranquila, en un mes estoy de vuelta” fue lo que le dije a mi madre para tranquilizarla cuando le conté que me iba de Erasmus durante 9 meses a Turquía. Y lo cierto es que lo pensaba.

Para mí, en aquel momento, me estaba yendo a un país con una cultura totalmente diferente a la nuestra y cargado de prejuicios. Prejuicios que me hacían pensar que la gente de allí no me gustaría, que no encajaría y que querría volver a España tan pronto pasase allí unos días.

De los casi 10 meses que he vivido en Turquía puedo asegurar que no hubo un día que me arrepintiese de haber ido o que quisiese volver. Todos mis prejuicios desaparecieron cuando me vi viviendo en un país que me hizo sentir como si fuese el mío propio, donde la gente te invita a su casa y te hace sentir como parte de su familia.

La experiencia comenzó ya en Santiago. Conocí a otros estudiantes de mi universidad que también iban a realizar su Erasmus en Eskisehir, ciudad situada en el centro de Turquía. Comenzamos a compartir inquietudes, dudas y emociones sobre la aventura que nos esperaba.

Recuerdo los primeros momentos como si hubiese sido ayer. Después de horas de avión, taxi y autobús llegamos a Eskisehir sobre las 6 de la mañana, apenas estaba amaneciendo. Bajamos del autobús delante de la entrada el campus, la calle estaba desierta. Mis compañeros enviaron mensajes a sus futuros compañeros que se habían ofrecido a venir a buscarles, ya que la universidad nos había buscado alojamiento previamente. Mi compañero de piso aún no estaba en la ciudad por lo que fui al piso de uno de los estudiantes de Santiago. Había sido un viaje largo y, aunque nos moríamos de ganas por conocer la ciudad, necesitábamos descansar.

Los primeros días fueron un cumulo de cosas nuevas. Desde no entender nada en la calle, ver a todo el mundo tomando té en cada esquina o el llamamiento al rezo de las mezquitas. Lo más normal del día a día se volvía nuevo para nosotros. Tareas cotidianas se convirtieron en aventuras. Conseguir encontrar algo parecido a salsa de tomate era una suerte, conseguir que te cortasen el pelo como tu querías era poco probable y conseguir que en el mercado te diesen la cantidad de fruta o verdura que pedías era todo un logro. Estos pequeños “problemas” son los que realmente te hacen ver la dificultad de estar fuera de tu ciudad, tu país, tu lengua y, en definitiva, fuera de tu zona de confort.

Luego vinieron los primeros días en la universidad. Intentar entender el horario, cambiar algunas clases, encontrar las aulas y, lo que más me asustaba, las clases en inglés. Hacía años que no estudiaba ni practicaba inglés y todas estas cosas, que pueden parecer sencillas, fueron todo un verdadero reto durante las primeras semanas. Pero intentándolo y con la ayuda de nuevos compañeros turcos, que mas tarde se convertirían en grandes amigos, esos problemas se convirtieron en tan solo anécdotas.

Pasaron los meses y ya siendo Enero llegó el que quizás fue el peor momento del Erasmus hasta la fecha. Pocos éramos los que nos quedábamos todo el año, la mayoría solo estaban por un cuatrimestre. Cuando vives una experiencia como el Erasmus todo se vive de una forma más intensa y como no, las relaciones personales también. En Eskisehir éramos pocos Erasmus si se compara con otros destinos europeos, apenas unos 150. Y, quizás por ser pocos, nos convertimos en poco tiempo en una familia. A finales de Enero comenzaron los “nos veremos en verano” y los “te iré a visitar” entre lágrimas. He de decir que en mi caso, por suerte, a muchos de mis amigos tanto turcos como Erasmus los he podido volver a ver aunque pasaran años desde que nos despedimos. Aunque el contacto no sea el mismo por la distancia el tener amigos y mantener la relación pese a ello es algo indescriptible. Cada vez que pienso en esto se me viene a la cabeza la siguiente cita: “You will never be completely at home again, because part of your heart always will be elsewhere. That is the price you pay for the richness of loving and knowing people in more than one place.”

Nuevos Erasmus vinieron, un semestre nuevo comenzó y el día a día, que siempre tenía algo nuevo de lo que aprender, continuaba. Entre viajes, fiestas, paseos por la ciudad y tés en los bares fue pasando el semestre llegó Junio, el mes de volver a casa. De nuevo, pero de forma diferente, empiezan las despedidas. Aquí no solo me despedía de buenos amigos que se marchaban, sino también de amigos que se quedaban y, no menos importante, de la ciudad que me había visto crecer como persona durante eses 10 meses que viví ahí.

No fue cuando me despedí de todo el mundo cuando me di cuenta que mi Erasmus había acabado. Fue cuando bajé del avión en Madrid, entre al aeropuerto y vi algo que nunca me había parecido raro ni me había llamado la atención, todo estaba escrito en castellano. Fue ahí donde me di cuenta de que estaba de vuelta, de que no había marcha atrás, estaba una vez más en España, mi aventura en Turquía se había acabado.

La vuelta fue un mix de emociones. Alegría por ver a familia y amigos. Tristeza por los amigos que tardaría en volver a ver y por la vida, ese día a día, que dejaba atrás. Echaba de menos a la gente, hablar en inglés todos los días, decir cuatro palabras en turco para pedir algo en un bar, probar comida nueva, descubrir aspectos sobre la cultura turca que no conocía. Cada día tenía algo nuevo, ahora todo era siempre igual, conocido, sin emoción.

Es cierto que vivir una experiencia así te cambia y cuando vuelves te das cuenta que nada ha cambiado, eres una persona diferente en el lugar de siempre. Cuando vuelves tienes dos opciones, lamentarte de que has vuelto y vivir recordando tu Erasmus constantemente o seguir aprendiendo y creciendo mientras disfrutas de lo que tienes y la gente que tienes contigo.

Personalmente opte por la segunda opción. El Erasmus me permitió conocer culturas que de las que no tenía ni idea, comunicarme con gente de diferentes países gracias al inglés, en definitiva, me abrió la mente y me permitió ver que el mundo está lleno de posibilidades que muchas veces no vemos.

Me uní ESN, la asociación de estudiantes que ayuda a los Erasmus que vienen a Santiago, participé en intercambios de idiomas, continué estudiante inglés y trate de participar en todas aquellas actividades que tenían un enfoqué internacional.

A día de hoy puedo decir que mi experiencia internacional cambió mi vida. Soy una persona mucho más abierta y proactiva de lo que era antes de haberme ido. Hoy estoy orgulloso de formar parte de AIESEC y contribuir a que otros jóvenes puedan vivir una experiencia similar a la que yo viví bien mediante un voluntariado internacional o unas prácticas en el extranjero.

Ángel Fraga Varela  –  AIESEC in Santiago de Compostela.

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